martes, 16 de agosto de 2011

Side A - Side B

Estaba una casa.
Estaba una casa echada entre el lusco-fusco.
Había una casa a doce metros sobre el nivel del mar y estaba sujeta por pilares avellana, quebradizos como un cañizal.
Era una casa antigeométrica.
No existían puertas, pero había bisagras en los dinteles.
Solo existían las paredes innecesarias.
El papel de las paredes era pastel rasgado
y unos robles de hojas doradas hacían trizas el suelo y los vidrios de las ventanas.
Enormes miriápodos de hojalata trituraban hojas tiernas.
Las hojas tiernas crecían en los muebles.
Me miro las manos
Escucho el zumbar de miles de abejas dulces.
Los camaleones dorados salen a comer yeso de una bañera decimonónica.
Hay raso derramándose por la cama, verde, se rompe cuando choca contra el suelo en cascos de botella.
Los pedazos son irregulares.
Entran las manos de madera, sinuosas.
La madera es de mesa de bar y cantan susurros agudos y tristes.
Cada vez se oye más el zumbido de abejas que rebota en todos los ángulos imposibles de la habitación.
También los rugidos de ferrocarril de los miriápodos.
La luz dorada derrama sombras de tinta en cada esquina.
Se mecen las manos con un aire pesado que viene y va.

            -Flash de polaroid.-


Hordas de lagartos recubiertos de pedazos de vinilo, dorados y malaquita, golpean las cortezas de roble con sus colas, cargadas de grusos racimos de cascabeles.
Una ola quiebra los pilares y la casa se sumerge entre las olas abrumadoras y zumbidos de abeja.
Bancos de peces se pasean entre corrientes cálidas de luz.
Las hojas de los robles declinan en velas chispeantes.
Las manos se sacuden a llamaradas y se transforman en tulipanes nacarados sin cesar en sus susurros.
Por todas partes se derrama vino rosa, que se desmigaja en monedas de cobre.
Tintinean pesadas cuando se las arrastra con los pies.
De cada tulipán miles de pequeños lagartos corretean y escapan, el mar dulce declina, se retira, encoge y se ahueca.
El agua ya solo me llega a las rodillas.
Veo chapotear las langostas de tierra con sus alas emplumadas.
Y millones de lagartos aporrean histéricos cuando una enorme ola engulle la habitación con la suavidad de las trizas algodonosas, crujientes luego como cadáveres y hojas de lichi.
Como una llamada al histerismo, vuelven a renacer los tulipanes encerrando ciclos solares en el tálamo, los peces devoran el vino antes de dejarse atrapar por manos ávidas y los miriápodos crujen en sus fauces la madera que desgarran.
Misteriosamente llegan de todas partes multitud de enormes cerezas que se abren como ojos.
Cascabeles.

                 -Flash de polaroid.-  




      Una tromba de aceite condensa todo.
      Hielo frío por los costados.
     Se sella con tinta negra y pastosa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario